Sin lectura no hay escritura

Sin lectura no hay escritura

La materia prima de quien escribe es la palabra. A partir de ella se tejen las oraciones y se generan las ideas… la comunicación. No es posible la reflexión ni el pensamiento profundo sin la palabra.

Pero… ¿cómo se adquiere la habilidad de ordenar palabras y oraciones para generar un texto con un sentido preciso?

A veces se cree que al aprender a leer y escribir de pequeños adquirimos también la habilidad de redactar profesionalmente, o que juntar sujeto, verbo y predicado, aderezados con tres o cuatro adjetivos pegadores es suficiente para hacer una campaña interna que provoque la participación de los colaboradores en un programa interno importante.

No es así.

Tanto en las escuelas de periodismo, como en cualquier taller de escritura lo primero que se hace es leer. Porque en la lectura se encuentra no sólo la estructura gramatical o las figuras retóricas, sino la reflexión de la que nacen las verdaderas ideas.

Y lo mejor de todo… ¡es uno de los más grandiosos placeres humanos!

Hacer del placer trabajo le quita lo trabajoso.

(casi) Todos leemos, pero no todos somos lectores

Así como saber escribir no le hace a uno escritor, saber leer no significa que seamos lectores.

No es competencia ni segregación, pero un lector… una lectora… no es quien posa la vista en un letrero o un memorándum para obtener información. Ser lector -antes que nada- es disfrutar.

Cada frase bella, cada idea brillante, cada párrafo contundente, nos modifica. No seremos nunca los mismos después de leer por placer.

Y así… casi sin darnos cuenta, habremos adquirido también la posibilidad de ordenar las palabras con sentido, de intentar la profundidad… de generar -quizá- belleza o, tal vez, una buena y apasionante perturbación.

Y lo mejor es que sí podemos ser lectores sin necesidad de ser escritores.

O sea que…

¡Lo bailado nadie nos lo quita!

Porque si bien es innegable que quienes hemos hecho de escribir una labor diaria debemos mantenernos afinados leyendo constantemente para no repetirnos ni caer en la trampa de las fórmulas, el momento íntimo con uno mismo que significa la lectura jamás nos lo quitará nada. Ni nadie.

Yo todavía recuerdo la emoción que sentí cuando Rebecca nos besó por primera vez a Tom Sawyer y a mí. O la impresión de ver a ese señor del ático saludar a Marcelino. O la taquicardia que me causa Remedios La Bella cada que voy a Macondo… O la manera inigualable en que Monsiváis nos contó lo mexicano.

Cuando un buen libro entra por nuestros ojos, se queda para siempre como una parte de nuestro ser.

Y a veces, a algunos… nos hace el maravilloso honor de permitirnos el intento de plantearlo por escrito.

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